Cuento del Gnomo, de "El porqué de las cosas" de QUIM MONZÓ (sobre nuestra esencia)
Al rayar el alba, el setero sale de su casa con un bastón y una cesta. Toma la carretera y, un rato más tarde, un camino, hasta que llega a un pinar. De tanto en tanto se para. Aparta con el bastón la capa de pinocha seca y descubre níscalos. Se agacha, los recoge y los mete en la cesta. Sigue andando y, más allá, encuentra rebozuelos, oronjas y agáricos.
Con la cesta llena, empieza a desandar el camino. De golpe ve el sombrero redondeado, escarlata y jaspeado blanco, de la amanita muscaria.
Para que nadie la coja le da un puntapié. En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro rojo, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando a medio metro del suelo.
El setero lo mira despavorido.
Nunca se habría imaginado en una situación así. ¿Qué pedir? ¿Riquezas? ¿Mujeres? ¿Salud? ¿Felicidad?.
El gnomo le lee el pensamiento.
El gnomo le lee el pensamiento.
El setero duda. ¿Cosas tangibles? ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea? ¿Elisabeth McGovern? ¿Kelly McGillis? ¿Debora Caprioglio? ¿El trono de un país de los Balcanes?.
El gnomo pone cara de impaciencia.
El gnomo pone cara de impaciencia.
Así pues, sólo le quedan dos. El setero empieza a inquietarse. Debe decidir qué quiere y debe decidirlo en seguida.
Ha dicho “quiero” sin saber todavía qué va a pedir, sólo para que el gnomo no se exaspere.
Quizás más que cosas, lo mejor sería pedir dinero: una cifra concreta. Mil billones de pesetas, por ejemplo. Con mil billones de pesetas podría tenerlo todo. ¿Y por qué no diez mil, o cien mil billones? O un trillón.
No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situación como ésta, tan cargada de magia, pedir dinero de parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso.
No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situación como ésta, tan cargada de magia, pedir dinero de parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso.
La rapidez con que pasa el tiempo le impide razonar fríamente. Es injusto. ¿Y si pidiera poder?.
Cuanto más lo apremia el tiempo más le cuesta decidirse.
¿El trillón, entonces? ¿O un millón de trillones? ¿Y un trillón de trillones?.
Renuncia definitivamente al dinero. Un deseo tan excepcional como éste debe ser más sofisticado, más inteligente.
Se acaba el tiempo. El gnomo se esfuma en el aire y de inmediato, plop, en el lugar exacto que ocupaba aparece otro gnomo, igualito que el anterior. Por un momento el buscador de setas duda de si es o no el mismo gnomo de antes, pero no debe de serlo porque repite la misma cantinela que el otro y si fuese el mismo, piensa, se la ahorraría:
Han empezado a pasar los cinco nuevos minutos para decidir qué quiere. Sabe que si no le alcanzan le queda la posibilidad de pedir un nuevo gnomo igual a éste, pero eso no lo libra de la angustia.
LA ROSA Y EL SAPO (sobre el equilibrio)
Había una vez una rosa roja, muy, muy bella.
Se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, la gente sólo se la miraba de lejos.
El sapo, muy obediente, respondió:
Le dijo entonces:
- Vaya, se te ve muy mal. ¿Qué te pasa?
Por fin se dio cuenta que a su lado siempre había un enorme y repugnante (a su parecer) sapo, y que, precisamente por eso, nadie se atrevía a verla más de cerca.
Indignada ante lo descubierto, le ordenó al sapo que se fuera de inmediato.
El sapo, muy obediente, respondió:
- Está bien, … si así lo quieres.
Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, casi sin hojas y pétalos.
Le dijo entonces:
- Vaya, se te ve muy mal. ¿Qué te pasa?
La rosa contestó:
- Desde que te fuiste las hormigas no han parado de torturarme. Nada ha vuelto a ser igual.
Y el sapo, moviendo la cabeza en señal de compasión, dijo:
- Claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas… y eso te permitía ser la más bella del jardín.